viernes, 6 de abril de 2012

LA TUMBA VACÍA

Mateo 28 dice que un ángel del Señor, descendiendo del cielo, había removido la gran piedra que habían puesto guardando la entrada del sepulcro. Bastó a los guardas verle sentado sobre la piedra, en su vestido blanco como la nieve, su aspecto como de relámpago, para salir huyendo, llegando a la ciudad donde dieron aviso de lo pasado a los sacerdotes. ¡Jesucristo ha resucitado!, dijeron, aún tratando de recuperar el aliento. Como a los sacerdotes no les convenía que el pueblo supiera de su resurrección, sobornaron a los soldados, para que dijesen que los discípulos habían venido de noche y, robando el cuerpo, lo habían escondido. Y así se hizo.

Pero ello no fue suficiente para esconderle la resurrección al pueblo, ya que estuvo aún entre sus adoradores por otros 40 días, apareciéndose a más de quinientas personas, los que tuvieron oportunidad de verle, de comer con él, e incluso de tocarle, como el incrédulo Tomás. (Mateo 28: 9, Juan 21: 10, Juan 20: 27). Y sabemos desde ese mismo instante en donde está, y lo sabremos por siempre: “En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho. Voy, pues, a preparar lugar para vosotros… (Juan 14:2)

Consideremos ahora la importancia de ésta enseñanza. El Señor Jesucristo resucitó. Murió por nosotros, pero Su labor no fue inconclusa. Resucitó, porque Él debía ser el primogénito, el primero de muchos en resucitar. (Colosenses 1: 18) Y penetró los cielos, derrotando por nosotros y para nosotros, para siempre jamás, al Dragón eterno, a Satanás mismo. En el mismo momento de la resurrección le quitó a ese gran mentiroso el poder de perdernos. Él abrió el cielo para todo aquél que decide poner su confianza en el poder de Cristo. Basta con que tú, querido lector, te postres ante Él, le confieses tus pecados con absoluta honestidad y arrepentimiento, y le invites a entrar en tu corazón y a ser, así, tu Señor y Salvador para siempre, para la vida eterna.

Regocijémonos. Tenemos un Dios que está vivo, que vive, que vivirá por siempre.

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